Josefa González Aguado, mujer de ciencia para el mundo contemporáneo

En Albuñuelas ha sido recordada como una mujer exquisita, inteligente y culta con una mente poderosa, dulces maneras y una enorme generosidad y profesionalidad farmacéutica

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Placa cerca de la biblioteca y retrato de Josefa / E. C.
Placa cerca de la biblioteca y retrato de Josefa / E. C.

La docencia marca la trayectoria de las mujeres de ciencia en nuestro país y es que fue una mujer, Beatriz Galindo (conocida como La Latina) la seleccionada por Isabel la Católica para educar a sus hijos, los futuros monarcas. Tras ella, han sido muchas las féminas que han destacado en el currículum científico español. Partiendo de este hecho de que no fue hasta a partir de 1888 que se permitió el acceso de las mujeres a la universidad, las españolas han demostrado que la ciencia no era coto vedado para el hombre, así lo demuestra la historia, donde es numerosa la orla de mujeres de mente brillante, investigadoras que lograron importantes descubrimientos y avances sin los que nuestras vidas serían distintas hoy en día, mujeres que en el siglo XX llegaron al Nobel y conquistaron el espacio, mujeres silenciadas que cambiaron la historia y que hoy lucen en paraninfos universitarios, se estudian en libros y manuales, referentes precursoras entre las que se encuentra la albuñuelense Josefa González Aguado.

En 1907 en Albuñuelas, en el seno de una familia trabajadora y sencilla como tantas otras del Valle de Lecrín, nace Josefa González. Hija de Sebastián González Jiménez, agricultor y de Dolores Aguado Robles ama de casa natural de Pinos del Valle. Desarrolla su infancia en el pueblo y comienza su formación académica en la escuela rural bajo la tutela de una maestra que pronto descubrió en Josefa la destreza intelectual de una mente prodigiosa. En el Instituto General y Técnico de Granada culminó sus estudios de bachillerato obteniendo el titulo en 1924. En este año se matriculó en Químicas en la Universidad de Granada, en la que de un total de 211 alumnos eran tan solo cinco mujeres. De Granada se trasladó a Madrid, a la Universidad Central, donde simultáneo los estudios de Quimíca con los de Farmacia obteniendo ambas licenciaturas en 1931. Su expediente personal de excepcional brillantez lo acreditan un buen número de sobresalientes, altas calificaciones y premios. Inmediatamente pasó a impartir clases de Complementos de Química en la facultad de Farmacia como profesora ayudante, asistiendo también a los cursos organizados por el Laboratorio Foster de la Residencia de Señoritas de Madrid que dirigía la humanista María de Maeztu, asistiendo a conferencias y ponencias entre ellas la de Marie Curie en 1934, y compartiendo terna con Dorotea Barnés y Felisa Martín consagradas como dos de las más importantes figuras de la ciencia española de la época. En diciembre de 1931 ingresó en la Sociedad Española de Fisíca y Química (SEFQ), organismo creado por la Junta para la Ampliación de estudios, donde trabajó con el profesor Santiago Piña desde 1933 a 1936 y desarrolló su formación como investigadora, al tiempo que preparaba su tesis doctoral. En 1935 publicó en los anales de la (SEFQ) junto con Santiago Piña un artículo sobre la determinación de las rayas analíticas cuantitativas del hafnio, calcio, magnesio, lantano, escandio, bario y berilo.

En 1936 contrae matrimonio con el vallisoletano José Perán, químico meteorólogo. Tuvieron dos hijos. La familia está instalada en Madrid donde desarrollan su actividad laboral y profesional en este crucial periodo de la Historia española que, supuso una aproximación a los estándares científicos de nuestro entorno europeo inimaginables al comenzar el siglo XX.

Su carrera se vio interrumpida por la guerra civil, iba a defender sus tesis ese mismo año, 1936, pero no pudo hacerlo y según todos los indicios su tesis fue aprovechada posteriormente por alguien cercano al régimen, una tesis robaba junto a otros trabajos de investigación publicados y premiados a nombre de otras personas, circunstancias que mermaron el ánimo de Josefa, según relata la profesora Magallón Portolés.

La guillotina de la guerra cercenó la arquitectura familiar y profesional del matrimonio. En un Madrid de posguerra desolado, decapitados los organismos oficiales, desarticulados los centros de formación, mientras el nuevo gobierno articulaba la normativa para el proceso de depuración de los estamentos docentes, por los que fueron destituidos de sus profesiones, la familia Portolés González abandona Madrid y se traslada a Albuñuelas, donde Josefa con su inteligencia sagaz y valiente, agil y culta y una gran capacidad para ilustrar, comienza a ganarse la vida dando clases particulares a los alumnos que preparaban pruebas para el ingreso universitario. Mientras se preparaba para la oposición de farmacéutica titular consiguiéndola en 1949 y haciéndose cargo de la oficina de farmacia de su pueblo, hasta su fallecimiento en 1955. La llegada de la democracia y el reconocimiento a la comunidad cientifica de los años 20 y 30 le hizo valedora de la medalla de San Raimundo de Peñafort. En Albuñuelas ha sido recordada como una mujer exquisita, inteligente y culta con una mente poderosa, dulces maneras y una enorme generosidad y profesionalidad farmacéutica. En homenaje a su legado y memoria el 23 de Abril de 2014 día del libro, Ayuntamiento, Diputación, familiares, vecinos y amigos en una jornada de homenaje y reconocimiento a su figura, se descubrió una placa que da nombre a la biblioteca municipal.

Sirvan estos apuntes para celebrar su vida y aportes en la ruta de la ciencia, una científica brillante en la que se consideró la Edad de Plata de nuestra cultura en el siglo XX.

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