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“Aunque sea rumana, yo me siento 100% andaluza y granaina”

Adina Lupea cuenta que su madre siempre le decía que había nacido en el lugar equivocado, porque Adina desde que era pequeña le encantaba el buen tiempo y detestaba la lluvia. Por eso hace veinte años que se llegó a España buscando un futuro mejor para ella y para su hijo Ángel, y fue aquí donde encontró a Ernesto, paduleño con el que echar raíces

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¿Cómo llegaste desde Rumanía a España?

Por una amiga, que estaba trabajando en Guadalajara y me avisó de que había una oportunidad. En ese momento le pedí dinero a mi hermano para comprarme unas zapatillas y con ese dinero me hice el pasaporte. Poco después cogí un autobús y llamé a mi madre desde Austria para decirle que me venía a España. Y en España llevo 15 años, 7 de ellos en Padul.

¿Cómo fue la acogida en este país?

No tuve problemas por mi amiga, aunque me vine sin saber hablar español, yo soy una campesina. Primero cuidé a una mujer, me pasaba todo el día y toda la noche con ella, haciéndole compañía, y también fui autónoma, incluso trabajé en la obra como albañil.

¿Cómo llegaste a Padul?

Pues trabajando en Guadalajara conocí al que hoy es mi marido, Ernesto. Nos vimos una noche, empezamos a hablar, nos enamoramos y hasta hoy.

¿Qué echas de menos de Galați, la ciudad en la que vivías?

A mi hermana y a mi sobrina, de hecho es lo único que me traería de Rumanía aquí. Aunque sea rumana, yo me siento 100% andaluza y granaina, yo estoy enamorada de este sitio. Cuando era pequeña mi madre decía que había nacido en un país equivocado, he sido muy rebelde, de buscarme la vida, si me das el dedo te cojo la mano entera, soy también muy clara, si veo algo que no me gusta lo digo. Y mira que el norte de Rumanía es muy bonita, pero yo me siento de Andalucía.

Si tuvieras que volver a Rumanía ¿Qué te llevarías contigo?

Por supuesto la comida, porque me gusta más que en Rumanía. Después el clima y claro, a mi marido y a mi niño. Pero hay tantas cosas que me gusta todo. Seguro que me llevaría más de tres cosas del Valle de Lecrín.

En Galați jugabas al balonmano.

Sí, desde los 9 años más o menos hasta los 19, pero allí si no tienes padrino no tienes nada y mi madre ya era viuda ya en aquel tiempo. Me ficharon del equipo de la ciudad de al lado y estuve jugando allí un año y medio, me hicieron una oferta para quedarme pero aquello no terminó bien. Yo pienso que se me rompieron las alas muy temprano, pero la vida sigue. En Rumanía llegué incluso a la Selección Nacional de Balonmano.

¿Sigues jugando aquí en Padul?

Lo retomé aquí y empecé a jugar con los hombres, hasta que tuvimos un partido en Churriana de la Vega, donde me vio un entrenador y me pidió que jugara con el equipo de allí. Ahora juego allí un par de veces por semana, aunque el cuerpo no es igual que hace 20 años.

¿Te planteas enseñar balonmano?

Sí, me gustaría dar clases a las niñas de aquí, pero cuando pase la pandemia porque a mi me gustan las cosas cara a cara, poder estar en contacto con las personas, me cuesta mucho el contacto por el ordenador.

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