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La actual Cruz del Darrón de Dúrcal cumple 88 años de vida

La primitiva, destruida en la Segunda República, llegó a este lugar en una riada producida al desbordase el Barranco Porras

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La Cruz del Darrón de Dúrcal se venera y se decora para celebrar su onomástica desde hace muchos años. Carmen Megías Terrón nació muy cerca de la Cruz del Darrón y junto a otras mujeres se encarga de embellecerla para que luzca muy preciosa en su víspera y en su día. A ella le contaron sus abuelos cuando era muy joven que la Cruz antigua del Darrón, no la de ahora, vino a este lugar con una tremenda riada producida por una tormenta que desbordó el Barranco Porras. A Carmen le han ayudado a decorar la Cruz cinco mujeres: Merche, Angelitas, Rosi, Suci y Ana María. Los objetos decorativos han sido prestados por un ramillete de personas. Junto a la Cruz se ha montado una barra de copas y tapas para animar la fiesta. Este año la Cruz fue montada el pasado sábado y podrá ser vista hasta el lunes, día 2 de mayo, por la noche. Unas tijeras y un pero no faltan para que nadie le ponga peros a la Cruz. En otros tiempos hubo cerca de esta cruz, entre otras cosas, una fábrica de esparto y dos hermanos carpinteros de primer orden, conocidos como ‘Los Puertas’.

Carmen Megías Terrón, hermana del zapatero, ya jubilado, lleva toda la vida ayudando a vestir la Cruz del Darrón. Ella ayudó a Trini, a Mariquita ‘La Chopas’, y a otras mujeres que ya no se encuentran en este mundo a decorar la Cruz con muchísimos objetos, algunos de cobre y barro. Antiguamente le ponían un toldo con palos y colchas a la Cruz para que estuviera muy vistosa también. Carmen tiene 81 años que no los aparenta. Ella nació en Nochebuena. En Dúrcal se montan más cruces en todo el casco urbano pero la Cruz de toda la vida es la del Darrón, donde hace muchos años hubo a poquísimos metros de ella una tabernilla de José Valero con vino en pellejos procedente de Albondón. José, debido a un accidente que tuvo cuando echaba al suelo aceituna montado en un olivo de la familia Puerta, quedó para el resto de su vida paralítico y para manejarse, su cuñado Ramón Vílchez ‘El Sillero’, nacido en Cozvíjar, le hizo una silla con cuatro cojinetes incorporados. Su ‘santa’ mujer ayudó mucho a sacar la casa en adelante.

Cuentan algunos mayores del Darrón que la Cruz antigua del Darrón era de piedra caliza y fue hecha trizas en 1933 durante la Segunda República. La actual data de 1934. La instaló en el mismo lugar Jerónimo Terrón, el gran maestro albañil. Este tipo de cruces se instalaban en muchos lugares de la geografía española, dentro y fuera del casco urbano, en los caminos reales, preferentemente. Cuentan algunas personas que en el día de la Santa Cruz se posaban en las cruces unas mariposas muy grandes con lunares negros, algunos en forma de cruz.

El día 3 de mayo se conmemora la festividad de la Invención de la Santa Cruz. El descubrimiento de la verdadera Cruz de Cristo tuvo lugar en el año 326 de nuestra era. Es sabido que el emperador Constantino había derrotado poco antes al tirano Majencio y, durante la batalla, había aparecido en el Cielo una cruz resplandeciente con la divisa In hoc signo vinces (Con este signo vencerás). Se dice que Cristo se apareció a Constantino y le ordenó que copiara aquel signo. El emperador lo hizo reproducir en oro, esmaltes y piedras preciosas, y encargó que lo bordaran en tela de púrpura para que sirviese de lábaro o estandarte imperial. Posteriormente Constantino derrotó a Licinio, emperador de Oriente, y mandó demoler en todo el territorio los vestigios del paganismo. Los gentiles habían construido sobre el Santo Sepulcro, en Jerusalén, un templo dedicado a Venus. Ordenó que sobre las ruinas se edificara una iglesia cristiana.

La madre de Constantino, la emperatriz Santa Elena, se trasladó a la Ciudad Santa y mandó excavar en el Monte Gólgota hasta hallar tres cruces. Como se cuenta en la Vida de Santa Elena, la emperatriz ordenó traer a tres enfermos y los hizo acostar sobre las tres cruces. Uno de ellos sanó. Luego mandó traer cadáveres y sólo resucitó aquel que fue colocado sobre la misma cruz en la que el enfermo había recobrado la salud. La mitad de la Cruz se quedó en el nuevo templo de Jerusalén; la otra mitad fue enviada a Constantinopla. Allí mandó el emperador poner una porción en el interior de una estatua suya y envió otra porción a Roma. San Cirilo, que fue obispo de Jerusalén, cuenta que, de la parte del sagrado madero que se quedó en esta ciudad, se cortaron muchos fragmentos; pero, como testigo ocular, certificó que nunca disminuía de tamaño. También se asegura que fueron hallados los clavos de la Crucifixión. La emperatriz mandó engastar dos de ellos para colocar el uno en una diadema imperial y el otro en el tascafreno del caballo de Constantino. El tercero lo arrojó al mar para calmar la tempestad. Pero el clavo no se perdió, sino que volvió flotando sobre el agua y Santa Elena lo regaló a la iglesia de Tréveris, siendo su arzobispo San Agricio.

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