Esta alquería situada bajo un riscal cuyo topónimo árabe podría referirse a castillo de la Torre, nos desvela su pasado morisco latente en sus calles y trazado urbanístico, con sus casas construidas superpuestas, como si se abrazaran unas con otras adaptándose al terreno y dando lugar a tinaos, cobertizos y patios, con callejuelas serpenteantes entre cuestas y escalones, alargando su término hasta su barriada de los Acebuches, para marcar el límite meridional de la Comarca.
En 1501, Yzbur fue adscrito como anejo a la parroquia de Béznar. En 1621 se decía de este lugar, de cinco vecinos a una legua de Pinos, que poseía una iglesia pequeña sin Santísimo Sacramento ni pila bautismal. Los primeros registros en sus libros sacramentales serían de finales del S. XVII, cuando se constituye un curato con Tablate como anejo.
Más tarde, Madoz refiriéndose a su iglesia escribe: “El templo, situado al este de la población, es poco sólido, de una nave y de estilo árabe en su parte antiquísima y la otra de arquitectura moderna; el cementerio contiguo a la iglesia se encuentra en buen estado y es bastante capaz”.
Cuando observamos el templo de cerca, podemos describirlo como una iglesia sencilla de planta rectangular, con un arco toral, donde descansaba una parte de su cúpula original, que enmarca la capilla mayor presentando un artesonado de madera de par y nudillos con seis tirantes simples. Con las restauraciones perdió su cúpula de crucería y el antiguo altar mayor. Hoy, restaurada por sus vecinos y el Ayuntamiento, como manifiesta una placa en el callejón de San José, resplandece la luz de la portada en blanco y albero, resaltando el empedrado de la placeta con simbología religiosa.
Cerca de la iglesia, en la calle La Poza hay una torre nazarí, con sillares de piedra en las esquinas, que le daban robustez, con un paño adosado y que podría ser el tapial de la estructura defensiva, algo que hoy no podemos comprobar ya que se encuentra anexionada a una casa, recubierta y pintada. Según manifiestan en su obra “Arquitectura Defensiva del Valle de Lecrín” Lorenzo Luis Padilla Mellado y Manuel Espinar Moreno, habitualmente, estas construcciones estaban rodeadas por un recinto amurallado junto a pequeñas alquerías, para servir de refugio a los pobladores más próximos, con una albacara anexa para proteger el ganado, cuando no existía castillo ni fortaleza que les acogiera en situaciones de peligro. Su entrada solía situarse a nivel de la primera planta, para poder albergar el aljibe en su zona inferior.
La localidad, también disponía de dos molinos de aceite, uno movido por bestia y otro, que al igual que el harinero, era impelido por la fuerza del agua. Sus cultivos más frecuentes eran el olivo, la vid, el maíz y sobre todo abundantes frutales de gran calidad criados en las riberas. Junto a la dedicación agrícola, eran habituales entre sus vecinos la cría de ganado caprino y la elaboración del esparto.
Las vías de comunicación entre los izboreños y las poblaciones cercanas tenían lugar mediante distintas sendas. Dos de ellas, presentes en la actualidad, les unían con su barriada de Acebuches y la localidad de Pinos. Las otras dos, con destino a Tablate y Lanjarón, eran sendas de arriería, y partían de un pequeño puente ubicado sobre el Río Grande del Valle o Río Ízbor, como se le denomina su paso por la localidad, el cual riega sus márgenes y discurre a los pies de la población.
El término municipal de Ízbor, fue primordial para el desarrollo de la carretera Granada-Motril construida en el siglo XIX. Ya que si observamos la tremenda garganta que ha surcado el río a través de los tiempos, entendemos porque hubo de alzarse un elevado puente para salvarla, perforando a su término, junto a la entrada de los Acebuches, un túnel que diera paso al otro lado del cerro. Hasta entonces, las únicas vías de comunicación entre la capital y la costa eran por la Venta de la Cebada, tras atravesar el Valle, o mediante un tortuoso recorrido por Órgiva y desde allí descender hasta Motril.
El diez de diciembre de 1831, en pública subasta queda la obra asignada a José Casals y Remisa, usándose en la misma más de mil presos como mano de obra. José Mª Aguilera Hidalgo, a mediados del siglo XIX, al describir el desarrollo de las obras en relación al puente de Ízbor dijo: “Cuantos han recorrido la Comarca, dudaron de la posibilidad de construir por estos riscos un camino carretero, sin originar gastos insoportables(…)”.
Cinco años después de la memoria de José Mª Aguirre, en 1859 se trazó el puente proyectado por el ingeniero Juan de La Cruz Fuentes, remodelada la idea inicial un par de años después, resultando un puente asimétrico, con un arco de medio punto de casi 23 m de luz y 44m de altura, abriéndose a su izquierda otros tres arcos de diferentes alturas y unos siete metros de luz cada uno.
El otro gran escollo sería el túnel, en 1860 se lleva a cabo la subasta para su ejecución por más de 1.200.000 reales, dada la considerable dificultad del trabajo, siendo titulado en un artículo del diario España “Obra de romanos”.
Este pueblo del Valle, combatido por los vientos y situado en el centro de un plano inclinado de norte a sur, en otros tiempos carecía de casa capitular, reuniéndose el Ayuntamiento para celebrar sus sesiones en la casa del alcalde. Se fusionaría con Pinos del Valle en 1976, constituyéndose como nuevo Ayuntamiento con el nombre de El Pinar. Más tarde el Sr. Salazar Gordo, junto con un elevado número de vecinos solicitarían su segregación, siendo esta denegada en el decreto de 27 de septiembre de 1988. Hoy los símbolos de sus núcleos de población, forman parte del escudo oficial del municipio representados con una rama de olivo y su puente de 1861.
Circulando por la Autovía del Mediterráneo hacia la costa encontramos, a nuestra derecha y cobijado bajo el tajo de La Cruz, la bella estampa de este pueblo antes de llegar a un gran viaducto que cruza de lado a lado las aguas del embalse de Rules. Este limita con la barriada de los Acebuches, siendo la puerta del valle que da paso a la ciudad porteña de Motril. Su río, mantiene su curso natural gracias a pequeños desembalses de la presa de Béznar que lo retiene, haciendo que esta pintoresca población, quede encajada entre dos grandes masas de agua.
Hasta finales de los noventa, el acceso a Ízbor, discurría por una serpenteante carreterilla con continuos desprendimientos que dificultaban el tránsito. Actualmente, lo podemos visitar por una nueva vía, paralela al río, mucho más placentera. Al cruzar el puente que da paso a la población, encontramos un magnifico mural de cerámica de Fajalauza, firmado por Miguel Morales, con una bella imagen general del pueblo.
Al adentrarnos en él, no sin dificultad dado el desnivel, nos sorprenden algunos de los elementos que caracterizan su pintoresco urbanismo como el nuevo aspecto de sus calles pavimentadas de hormigón y adoquín rojo, sustituyendo sus trancos y escalones de antaño; los dibujos realizados en sus rellanos y plazoletas con empedrado granadino; los tinaos escoltándonos el paso con frondosas aspidistras, helechos y cintas; el destacado verdor de sus fachadas y portales repletos de macetas; o las tejas de barro colgadas de algunas casas, con motivos ornamentales o textos de sabiduría popular y moralejas, fruto de los talleres de la escuela de adultos.
En el solar del viejo cementerio, convertido en espacio civil durante la alcaldía de don Francisco Franco Aguado, está el edificio de usos múltiples, que alberga la biblioteca y el centro Guadalinfo. En su fachada encontramos una oda firmada por una veinteañera llamada Inmaculada, tan versátil, que igual salen de sus manos golosos dulces para deleite del paladar, que escribe versos para endulzar el espíritu, dedicándolos a sus vecinos, a su río, al tajo que les da cobijo y al animal que hace referencia al apodo colectivo, por el que son conocidos los izboreños en la comarca.
Cuando salimos de este entrañable pueblo, dejándole a nuestra espalda con sus casas apiñadas bajo el Tajo de la Cruz, antes de incorporarnos a la autovía, nos encontramos con una rotonda, que nos presenta un enorme reloj de sol, para recordarnos que se acaba la tranquilidad del lugar visitado y volvemos a una acelerada realidad.






