Me adentré en este libro “a ciegas” ya que no conocía a la autora aunque las referencias a esta obra eran muy positivas. Y, tras haberla leído —y disfrutado—, puedo afirmar que totalmente ciertas. Menuda sorpresa me he llevado ya desde el inicio. No solo el título, “Y del cielo cayeron tres manzanas” es evocador, sino que la estructura de la novela y su primer capítulo nos adelantan la atmósfera tan singular en la que nos sumergiremos entre sus páginas.
“Primera parte. Para quien vio”. “Segunda parte. Para quien contó”. “Tercera parte. Para quien escuchó” —y un capítulo final como cierre ¿definitivo?—. Nariné Abgarián consigue que nos sintamos como observadores de la acción que nos relata, pero también capta nuestros sentimientos y hace que empaticemos con la protagonista y que, por último, comprendamos el verdadero significado de lo ocurrido. Esas tres manzanas guardan toda la magia y el nexo de unión entre cada uno de los personajes y el devenir de sus vidas. Y únicamente entenderemos lo que quieren decirnos en la última parte.
Los personajes comparten experiencias en una pequeña comunidad rural y nos acercan a algunas costumbres y tradiciones armenias que la autora explora y transmite a través de ciertos toques de realismo mágico. Su estilo es ágil y sutil a la par que lírico y el texto está salpicado de interesantes reflexiones sobre la comunidad, la generosidad —tanto a nivel ‘inter’ como ‘intrageneracional’—, y la amistad.
Recomiendo este libro para terminar el verano con buen sabor de época —o para cualquier momento del año y de nuestra vida en el que necesitemos un pequeño empujón para sobrellevar el día a día y recordar la importancia de los pequeños detalles—. Al fin y al cabo “el mundo es pequeño y nosotros somos grandes, aunque toda la vida, por ingenuidad, creamos lo contrario”.
