La que sigue es la historia de tres vecinos de Padul, que tuvieron un mismo y trágico destino: hicieron la guerra civil en España y luego la II Guerra Mundial en Francia, para terminar en el campo de concentración de Mauthausen. Dos de ellos (Manuel Castro y Miguel Morales) murieron allí. El otro, Antonio Tovar, fue liberado por el Ejército estadounidense al final de la guerra y volvió a Padul para traer a sus familias una foto del exilio de los tres, realizada en una playa francesa. Es la última imagen que se tiene de ellos juntos.

El 24 de agosto de 1940 Miguel Morales y Manuel Castro llegaron al campo de concentración de Mauthausen, situado en una pequeña aldea austriaca junto al Danubio. Viajaban en un tren cargado de españoles que había partido cuatro días antes del Frontstalag 184 de Angulema, en Francia. Un campo de trabajo en el que el régimen de Vichy (colaboracionista de Hitler) encerró a los españoles que huían de la guerra. Luego serían entregados a los nazis, en lo que supuso la primera deportación de población civil desde Europa Occidental a un campo de concentración.
Miguel y Manuel eran parte de los 140.000 refugiados españoles de la guerra civil que residían en Francia cuando en la Primavera de 1940 el Tercer Reich lanzó su ofensiva sobre Francia. El peor sitio y el peor momento para estar. Aquellos españoles eran para los nazis “gentuza antialemana infestada de comunistas”, en palabras de Reinhard Heydrich, director de la Gestapo y conocido como “el carnicero de Praga”. Miles de españoles fueron encerrados en campos de concentración en territorio francés, los llamados Stalags o Frontstalags.
Los paduleños fueron internados en Angulema, en el suroeste francés. De allí, la mañana del 20 de agosto los soldados de la Wehrmacht los condujeron a la cercana estación del tren y les obligaron a subir a unos vagones de ganado. Era el famoso “Convoy de los 927”, por el número de sus pasajeros que llevada a bordo. Todos españoles, estupefactos porque no sabían a dónde les conducían, si de vuelta a España, donde les esperaba la represión franquista, o a la “zona libre” de Francia. Con los presos hacinados y sin apenas comida ni higiene, el tren vagó por Europa hasta Mathausen.
En la estación, ayudados por perros y a empujones, los soldados alemanes separaron en un grupo a las mujeres y los niños menores de 13 años, que fueron obligados a subir de nuevo al convoy, para ser trasladados a Irún y entregados a la policía española. El resto, 430 hombres y adolescentes, fueron llevados al campo de concentración, del que sólo unos pocos lograrían sobrevivir.
En el campo, a Manuel Castro y Miguel Morales se les uniría otro paduleño, Antonio Tovar, que llegó más tarde. Juntos sufrieron los horrores de Mathausen, el que fuera llamado campo de concentración de los españoles y considerado el más cruel del holocausto. El primero en ser ejecutado fue Miguel, en el cercano campo de Gusen, el 12 de septiembre de 1941. Había pasado un año y 19 días desde su llegada a Mathausen. Dos meses después, moría también en Gusen su paisano Manuel, posiblemente gaseado. Antonio Tovar logro sobrevivir, hasta que el campo fue liberado por las tropas norteamericanas en mayo de 1945.
Unos años después, a principio de los 50, Tovar apareció en Padul para visitar a las familias de sus dos compañeros y entregarles una foto que se habían hecho los tres cuando estuvieron internados en uno de los campos de concentración franceses, posiblemente en las playas de Argeles Sur Mer, recién cruzada la frontera. Gracias a él las familias pudieron conocer qué había sido de ellos en los últimos años de sus vidas. Una foto que guardan cariño y enseñan, todavía con dolor.
1936, la huida de Padul
Manuel Castro no había cumplido todavía los 18 años cuando huyó de Padul para salvar su vida. Era una noche de finales de Julio, a poco de triunfar el golpe de Estado en Granada. Nos lo cuenta su sobrino, Juan Ruiz Castro, que acompañado de José Miguel Alarcón, nieto de Miguel Morales, ha venido a la Fábrica del Pilar de Motril, donde la Asociación Memorialista 14 de Abril ha expuesto el resultado de varios años de trabajo sobre los granadinos del Sur de la provincia que estuvieron internados en los campos de concentración nazis. Un trabajo dirigido por el investigador Fernando Alcalde.
En declaraciones a El Comarcal, Juan Ruiz cuenta los “delitos” de su tío: “era de los pocos que sabían leer y se ponía en el pilar de la plaza a leerles la prensa de izquierdas a quienes no sabían leer. Era un joven inquieto, por lo demás no se había metido en nada. Después de que hubieran matado a varios vecinos suyos, una noche huyó, creemos que en un burro con su cuñado Paco el Ronco, que estaba casado con su hermana. Salieron corriendo porque alguien les avisó que esa noche iban en busca de ellos. Luego mi tía tuvo que ir a Guadix a buscar el burro, lo habían dejado allí a una familia. Era su medio de vida”.
Desde entonces nunca más supieron del joven Juan, hasta que les llego la noticia de su muerte en Mathausen. Era agricultor y atrás dejaba, en la calle San Elías, a sus padres, Mariano Castro Castellón y Carmen Delgado, y a sus tres hermanas Encarnación, Josefa y Carmela. Su ficha en la exposición da algunos detalles de su periplo: el cruce de la frontera con Francia enrolado en el Ejército Popular, su paso por Angulema, Mathausen y su muerte en Gusen.
Miedo y huida al frente
También una noche de Julio y en parecidas circunstancias huyó de Padul Miguel Morales. “Había un ambiente de mucho miedo -nos dice su nieto, José Miguel Alarcón, hoy presidente de la Agrupación Socialista de El Ejido. “A él le dijeron esta noche vienen a por ti, y se fue. Tras la caída de Granada, en los días previos a marcharse había días que dormía fuera de la casa, se escondía en una finquilla que tenía en el campo”. Marchó a Jayena, donde estaba el frente y allí unos meses después se les unirían su mujer y sus cinco hijos. “Esa misma noche salieron de Padul hacia Jayena varias familias. Mi madre, que tenía nueve años, recordaría siempre el chocolate calentico que unos hombres le dieron cuando llegaron a Jayena, helados de frío”.
La huida de esa noche sería el comienzo de un largo y doloroso peregrinar. En enero del 37 Jayena cayó en zona franquista y huyeron a Almuñécar por el Puerto de la Cabra. Allí les pilló la “Desbandá”, (250.000 desplazados, entre 5.000 y 10.000 muertos) que venía de Málaga. Recorrieron entre bombas la carretera hasta Almería. Él se incorporó al frente y su mujer y sus hijos se establecieron en Ferreira. Allí recibían la visita esporádica de Miguel y nacería el sexto hijo de la familia.
El devenir de la guerra marcó la separación para siempre de aquella familia. Él cruzó, como tantos, a Francia después de pasar por el Frente de Cataluña y la Batalla del Ebro, con destino final en Alemania. Ella regresó a Padul. “Mi abuela -dice su nieto José Miguel- terminó la guerra y mi abuelo no venía, así que dijo vámonos para casa. Cogieron el tren para Granada y luego andando hasta Padul. Lo que encontró aquí fue un desastre. Le raparon la cabeza dos veces, una al llegar y otra al poco tiempo, y lo poquito que tenía se lo recogieron. Pasaron mucho, tuvieron que vivir en un pajar, y los niños salían a pedir a la calle, los más grandecillos, en Dúrcal, porque les daba vergüenza que los vieran pedir en el pueblo”.
De su esposo Miguel, perdido en la bruma de dos guerras, no tendría noticia su familia hasta pasado un tiempo. “A mi abuela en los años cincuenta y poco le informó la Cruz Roja de la muerte de mi abuelo. Primero le dieron una indemnización y luego una pequeña paga, que por lo menos le ayudó a darle de comer a sus hijos, hasta que fueron grandes”.
El regreso de Tovar
Años después, con la democracia, llegaría al pueblo Antonio Tovar, el tercer paduleño compañero de guerra y campo de exterminio de Miguel y de Juan, con noticias para sus familias sobre sus últimos años de penurias. Aunque Tovar era de Padul, su familia se marchó cuando la guerra y salvo aquella visita no han vuelto a tener contacto con él. “Sabemos que era de eran de Padul pero su familia ya no está aquí y no la hemos localizado”, nos dice Juan Ruiz.
Juan y José Miguel visitan juntos la exposición de la Fábrica del Pilar y la comentan, recordando a sus familiares, tío y abuelo respectivamente. Manuel Castro era joven y vitalista y solía llevar una chapela, aunque en alguna foto que le ha llegado aparece con una gorra de plato “debió ser en alguna de las compañía de las que se enroló”. Miguel era buen músico, “tocaba la guitarra, la bandurria y el laúd, era buen tocaor”. Y tenía, además, un fuerte compromiso social: “mi abuelo estaba en la UGT y se había significado consiguiendo con la reforma agraria tierras del Estado para la gente del campo, pusieron bancales en El Manar y tenían y hasta su era. Por eso lo persiguieron, a él y a Nono, el Zambombo”.
“La guerra hizo muchos estragos en Padul -dice José Miguel con pesar, al recordar cómo a su otro abuelo no le fue mucho mejor. “Se llamaba Celestino y era arriero, lo sacaron de su casa nada más empezar la guerra, lo tuvieron un mes en la cárcel y en agosto lo fusilaron en las tapias del cementerio. Todos los años voy en el aniversario a llevarle flores”. Miguel también ha estado en Mathausen: “visité el campo hace cuatro años -nos dice- y aquello no se puede contar, hay que visitarlo. Impresionan el sufrimiento, las canteras, los horrores de la Historia y lo que son capaces de hacer las personas”.
En Mathausen y Gusen murieron 4.427 españoles. Se estima que fueron más de 10.000 los españoles deportados a los campos de concentración nazis. Desprovistos de su nacionalidad española por decisión del Gobierno franquista, fueron declarados apátridas. Cinco mil de ellos perdieron allí la vida. La Ley de Memoria Democrática ha permitido que puedan ser inscritos en el Registro Civil Central como fallecidos, condición que hasta ahora no tenían.

