Este pueblo situado en un otero que da paso a la Alpujarra ha tenido el privilegio de dominar a los viajeros procedentes del Valle y la Vega de Granada. Siendo desde sus orígenes una plaza estratégica para todas las civilizaciones que se han asentado en este lugar, que sin duda debieron ser muchas, aunque no tenemos constancia escrita de épocas anteriores al Islam.
Como alquería musulmana tuvo mezquita, torre vigía con estancia adosada para la guarnición y horno de cocer el pan de uso obligado para sus vecinos, infraestructuras que aún podemos observar al visitarlo.
Mármol Carvajal contabiliza una población morisca aproximada de 100 habitantes. Cuya expulsión, dio lugar a la repoblación de Tablate con colonos del resto de Andalucía, Castilla y Galicia. A su llegada encuentran un vergel con olivar, frutales y moreras, cultivos muy importantes en la cultura islámica. El aceite, como alimento y medio de iluminación, especialmente para los rezos nocturnos en las mezquitas; las moreras, para la cría de gusanos destinados a la producción de seda; y la fruta imprescindible en su dieta.
Estos nuevos habitantes, ignorantes en este tipo de cultivos, intentan sustituirlos por cereales, con los que apenas consiguen subsistir. Algunos se van adaptando, y otros optan por regresar a su tierra, continuando los cambios de pobladores.
Su iglesia fue erigida sobre la antigua mezquita a mediados del siglo XVI, por el maestro alarife Luis de Morales y su carpintero Francisco Hernández, convirtiendo su alminar en campanario, como en la mayoría de los pueblos del Valle. En las revueltas moriscas de 1569 fue quemada y no se reconstruiría en su totalidad hasta 1603. Su población se mantuvo con un moderado número de habitantes hasta el S. XIX, fecha en la que le atribuye Pascual Madoz, la existencia de hasta 140 casas, 3 molinos de aceite y 2 molinos harineros.
Pero el verdadero auge empezó con la consolidación de la carretera nacional, que sustituía al antiguo camino real en la segunda mitad del S. XIX, construyéndose al final del nuevo puente, una ermita consagrada a la advocación de la patrona de Granada. Esto hace de Tablate un nudo de comunicación entre Granada, la Costa y las Alpujarras; favoreciendo su crecimiento la ubicación al pie del pueblo, de una estación de vagonetas que transportaban mercancías desde Motril hasta Dúrcal.
Durante este periodo, y hasta su ocaso, el desarrollo del pueblo, iría de la mano de los Damas Hernández, familia de terratenientes que poseían la mayoría de las propiedades de Tablate, algunas casas y parcelas de cultivo en pueblos vecinos. Manteniendo la explotación, con una cuota de diezmo y la cesión de vivienda para sus colonos. Llegando a tener ayuntamiento propio, biblioteca y cuartel de la Guardia Civil.
El agua para el regadío de las tierras bajas era captada mediante diques en la parte alta del barranco, siendo conducida por acequias hasta una gran balsa excavada en la tierra, situada por encima de las viviendas, y actualmente partida por la trinchera del nuevo paso hacia Lanjarón. La fuente para uso doméstico, el lavadero y los abrevaderos del ganado, se surtían del nacimiento que hay junto al cortijo de “Carachin”.
Ligada a Tablate destaca una venta a la que ya hacía referencia Pedro Antonio de Alarcón, en sus “Sesenta leguas a caballo” (1874). Donde relata, que tras partir de Béznar llega a un puente, que le evoca las contiendas entre moriscos y cristianos. A pocos metros, encuentra en una encrucijada importante “La Venta de Luis Padilla”, en la que dejan el pesado carruaje que les transportaba, para pasar a recorrer el resto del viaje hacia las Alpujarras a caballo, remarcando que “desde allí arranca la senda de lo desconocido”.
Por referencias familiares sé que a comienzos del S.XX, mi abuelo Manuel Robles, tras regresar de Argentina, alentado por su pariente de Tablate Frasquito Chaves, se haría cargo de dicha Venta, por entonces llamada Venta de las Angustias. Él mantuvo su arrendamiento, con gran éxito de clientela, durante un periodo dilatado. Ya en tiempos más cercanos le llamábamos El Parador, apelativo que acompañaría a su nueva regente Dolores y a su fiel ayudante Miguel. Pasa posteriormente por varios mesoneros, y en su última etapa, fue local de encuentro para personas de moral distraída.
Volviendo a Tablate, entre los vecinos que yo he llegado a conocer, quisiera destacar sin duda a Francisco Cháves Pérez, más conocido como “Frasquito Chaves”, quien tuvo la posibilidad de ser coetáneo con diversos acontecimientos históricos como: la perdida de Cuba y Filipinas, las dos repúblicas, dos guerras mundiales, la guerra civil, la posguerra con su dictadura, y al final de su dilatada vida, tuvo la satisfacción de recibir a la democracia. En sus 104 años pudo contemplar el zénit y el ocaso de su pueblo del que llegó a ser alcalde, ya que nace en los setenta del S. XIX y muere en abril de 1980.



Algunos le recordarán caminando hasta Lanjarón casi a diario, un hombre enjuto, con su sombrero y su bastón de almendro con empuñadura fina, portando siempre un cestillo. Cuando hablo con su nieta Gabriela Cháves, me cuenta que ella lo pudo disfrutar poco, pero que sus primas de Barcelona recuerdan que en su vejez, cuando le afeitaban, bromeaban con dejarle bigote, y él les replicaba que no tuvo bigote, ni cuando era alcalde.
Tras la posguerra la población disminuyó al marcharse muchos jóvenes, bien a buscar trabajo o por casamiento con parejas de los pueblos colindantes. Al quedar casas y parcelas libres, solían acudir familiares jóvenes de los pueblos aledaños, a sus parientes mayores de Tablate, para que les acompañaran a ver a Don Alejandro, y solicitarle la cesión de casa y aparcería, tras llevarse a la novia y topar con el rechazo de los suegros; quienes sometían al muchacho al examen de fuerza, arrancando “prueba yernos”, una planta de profundas raíces, y cómo no, para la suegra, la zagala nunca sería merecedora de su niño tan guapo y apañado.
Este periodo no siempre era largo, pues con el primer churumbel, los corazones de suegros se transformaban en corazones de abuelos, esto les permitiría elegir entre, el regreso a su localidad de origen, continuar en Tablate, o marchar buscando vuelos más altos, emigrando a Alemania, Francia o Barcelona.
Recuerdo con cariño mi asistencia como monaguillo el 25 de julio, día del Patrón. Y mis viajes en bicicleta siendo mozalbete, para llevar las cartas que me encomendaba mi padre, Nicolás el cartero, que se haría cargo, junto a la de Béznar, de las carterías de Ízbor y Tablate, tras la jubilación de Agustín el correo.
Al dispersarse su población por la disminución de mano de obra, el bajo precio del fruto y la no propiedad de las viviendas. La decadencia, se agrava con las dificultades económicas de los Damas, que hacen pasar la propiedad a manos de los bancos, cambiando varias veces de dueños. En 2005, sus por entonces propietarios, intentan una inexitosa pero ambiciosa recalificación, proyectando una urbanización con 530 viviendas adosadas y pareadas, de estilo alpujarreño. Así, la propiedad sigue cambiando de manos, hasta la actual poseedora que lo pone a la venta en una inmobiliaria local.
Cuando paseo con Ángeles, mi mujer, por Tablate solemos ver coches aparcados en su entrada. Lo que nos hace pensar, que son románticos, que acuden a ver este encantador pueblo en su abandono, o fotógrafos ávidos de captar la imagen ideal. Pero si te adentras en sus calles, tristemente descubres que entre tanto romántico y fotógrafo, se infiltran expoliadores que arrasan con puertas, ventanas, tejas árabes… Pirómanos desaprensivos y grafiteros de mal gusto, que pintarrajean las paredes, con tal de dejar su marca.
Cuando en Tablate cierras los ojos, no sientes el latir en sus hogares, ni el ladrido de los perros en sus calles, solo rompe el silencio el canto de los pájaros. Sin embargo, percibes un escalofrío recorriendo tu espalda, que te hace sentir que este lugar, aún conserva su alma.
Señores, se vende un pueblo,
para quien quiera comprarlo.
Es por un módico precio,
solo piden seis millones,
cualquiera los tiene a mano.
Junto a sus casas ofrecen
olivos en regadío y secano,
completando así su hacienda
almendros, erial y pasto.
Señores, se vende un pueblo,
para quien quiera comprarlo.