Francisco Raúl Carranza Gámez, utiliza artísticamente el apellido de su abuelo materno, un jornalero de Úbeda que emigró a Madrid donde terminó siendo uno de los restauradores más importantes de la capital trabajando para la aristocracia y en el Palacio del Pardo, “el talento que yo pueda tener creo que me viene de él. Mi abuelo, además, fue un vividor, que dilapidó todo lo que ganó y toda su fama en los vicios de su época”, recuerda mientras esboza una medio sonrisa no exenta de admiración.
Curro Gámez no es un artista al uso, no sabe dónde fue a parar su ego, del que incluso afirma no tener constancia de su existencia. Asegura que cuando pinta no busca nada especial, para él la pintura es válvula escape, una actividad terapéutica, con la que este publicista de profesión, se siente libre ya que le ayuda a evadirse, huir y despojarse de cánones y etiquetas “en la publicidad está todo mucho más regulado, con un discurso que tiene que ser más coherente, en cambio en la pintura puedo hacer lo que me dé la gana”. Esta sería una pincelada rápida que podría servir como carta de presentación de este polifacético artista, con quien me cito en la iglesia de Béznar desde donde emprendemos camino hacia su particular estudio de creación, una casita con suelo de madera y paredes y estanterías llenas de cuadros y esculturas desde donde se divisa parte de El Valle de Lecrín, con el pantano al fondo.
Una serie de casualidades lo trajeron al Valle de Lecrín, donde llegó de la mano de un amigo en 2003 buscando un lugar para ubicar su estudio que cumpliera con las siguientes características: tener orientación sur, estar situado en un lugar elevado, y contar con buena luz todo el día. Ese lugar era el Pago de Estacares en Béznar, un sitio que cumplía con creces todos sus requisitos.
“Compré la finca, construí la casa y a partir de ahí estuve cinco años sin pintar nada, no conseguía pintar, había mucho trabajo en la finca donde no paraba de hacer cosas, supuse que sería un período de sequía creativa, hasta el 2011 no volví a retomar la pintura, pero una vez que lo hice ya no he vuelto a parar”
El artista plástico, que afirma llevar instalado en la abstracción desde hace muchos años, reconoce que es evidente que el Valle de Lecrín le ha aportado a su obra el color y la luz, “aunque me encantan el rojo y el azul, me doy cuenta de que desde que pinto aquí tengo veinte obras con tonos verdes, un color que nunca había utilizado porque es muy difícil de trabajar.” Pero si hay un color que conscientemente está aparejado a su obra en el Valle de Lecrín, es el amarillo de los limoneros “cuando llegué aquí se convirtió en una obsesión y me llevó tres o cuatro años conseguirlo”, tal y como se refleja en su obra “Amarillo Lecrín”.
Asegura que no es capaz de definir lo que se va a encontrar el espectador que se aproxima a su obra, “al acercarse a mi obra, creo que cada uno puede encontrar lo que esté buscando. Cada persona que mira un cuadro ve una cosa diferente, a mucha gente le sugiere paisajes, supongo que será por los colores. Cada uno va a una exposición pensando en que va a encontrar algo y lo que me gusta que suceda es que la gente llegue a la exposición y le sorprenda, pero cada uno tiene que ver lo que quiera, el arte es así. El cuadro cobra sentido cuando el espectador se pone delante de él”.
Aunque no se confiesa amigo de las exposiciones, por el estrés que conlleva el montaje y la selección de obras, la muestra “Reiniciar”, que ha estado expuesta veinte días en el Carmen de la Victoria, acaba de finalizar, con éxito de público y crítica, “esta última exposición estaba pensada para el año pasado en el Quarto Real de Santo Domingo, pero no fue posible con la pandemia cuando se cerró todo”, explica.
“Reiniciar” quiere reflejar el período en el que nos encontramos “estamos en un momento en el que todo el mundo está intentando reiniciar su vida, y creo que es también el momento de reiniciar también las actividades culturales, la economía productiva es fundamental porque es de lo que vivimos, pero la cultura es también muy importante y también la necesitamos porque te alimenta de otra manera”.
Antes de que finalice el año le gustaría exponer en el Valle, una tarea pendiente que probablemente se materialice este otoño en un espacio emblemático que le encanta. “Exponer aquí tiene más sentido que hacerlo en cualquier otro lugar ya que es aquí es donde creo, donde paso mucho tiempo. Me gustaría que la gente del valle conozca la obra de “ese “zumbao” que está en lo alto del monte y que ni siquiera es de aquí del que saben que es pintor, pero del que no conocen su obra”, finaliza entre risas.