Nombre completo
Javier Illescas López.
¿Qué es para ti ‘El Tejar’?
Eso es mi vida, ha sido mi vida desde siempre, desde pequeño, es algo con lo que naces, te gusta, y para lo bueno y para lo malo ha sido mi vida.
De Mondújar a Tiflis ¿Cómo has vivido el cambio?
Muy difícil. Son ocho meses sin volver a casa y eso se nota, ha sido muy duro. Después si lo miras cuando pasa el tiempo pues pienso que quien me iba a decir a mi que ya con mi edad iba a tener la ocasión de descubrir otro mundo, porque Georgia es la España que yo conocí de niño.
¿Cómo vivisteis el viaje de ida?
Cuando nos trasladamos, había que ir en camión y yo lo tuve claro desde el principio. Para mi era una ilusión de toda una vida, porque siempre me ha gustado hacer ladrillos pero los camiones me han gustado más y siempre había pensado en hacer una ruta en camión. Mi yerno también se vino conmigo, dormíamos unas dos horas cada día haciendo kilómetros todo el día, con tres travesías en barco. El viaje fue muy duro, pero también lo repetiría cien veces.
En Georgia sigues haciendo ladrillos ¿En qué se diferencia tu día a día en el trabajo?
Hasta ahora se ha diferenciado mucho, porque lo que nunca habíamos hecho había sido desmontar una fábrica y montarla aquí. Hemos tenido que hacerlo todo, pero es una experiencia y un orgullo.
Cerámicas El Torrente sigue existiendo en Tiflis, en Georgia ¿Cómo os recibieron cuando llegasteis?
(Risas) Pues es curioso porque llegamos cuando comenzó la pandemia y lo primero que hicieron fue encerrarnos durante quince días, con todo cerrado. Además, las otras veces que había venido tenía la experiencia de que aquí a los españoles se nos trata muy bien, porque hay muchos inmigrantes georgianos en España y dicen que el trato en España es inigualable.
¿Con qué sentimiento te fuiste? ¿Qué sentimiento tienes ahora? ¿Qué piensas del futuro?
Yo me vine con el planteamiento de salvar la fábrica, nada más. Porque en España era imposible sacarla adelante y la única alternativa era aguantar unos años, jubilarme y venderla como chatarra. Entonces nos ofrecieron esta posibilidad y aunque era una aventura nos decidimos a venir porque era la manera de que la fábrica sobreviviera. De hecho la fábrica tiene el mismo nombre que en España, Cerámicas El Torrente.
Si tengo que pensar en el ahora, el sentimiento es contradictorio, porque hay días para todo, pero dentro de lo que cabe, lo que yo quería está hecho y la fábrica está aquí montada. El futuro no lo sé, porque la situación ahora mismo es delicada por el bajón del turismo. La construcción sí que está muy bien, y para nosotros hay un futuro muy bueno.
La distancia es dura ¿Qué implica estar lejos de tu mujer, de tus hijos y de tus nietas?
Eso es lo más duro, es lo más aberrante de todo. Porque llega un momento que uno piensa que tiene que estar aquí… pero muchas veces uno se siente entre la espada y la pared, porque este ha sido el sueño de mi vida, tener una fábrica como esta, fue también el sueño de mi padre, y ahora estás aquí pero tienes ese sentimiento contradictorio. La familia, es evidente, es lo más importante, pero uno piensa que si les puedes dar un bienestar trabajando aquí unos años más… al final intentas llevarlo, pero es lo más duro, con mucha diferencia, ver a mis nietas en vídeo me pone los pelos de punta. También me acuerdo de aquellos emigrantes, de los que se tuvieron que ir de verdad y no podían comunicarse con su familia, solo por carta, y en ese aspecto no me puedo quejar, aunque sea duro.
¿Qué es lo que más echas de menos de tu pueblo?
(Ríe) ¡Las tostadas de jamón! El ambiente nuestro, los amigos, me acuerdo de la Venta Natalio, del Garví, de los buenos ratos, eso se echa mucho de menos. Y la comida georgiana tiene muy buena fama, pero no la cambio por la española.
Ahora que estás fuera ¿Cómo definirías Mondújar?
Es mi vida.
