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Las últimas generaciones «del usted»

El respeto a los mayores estaba entre las normas emanadas de la costumbre, que no hacía falta explicarlas en exceso. Ni los muchachos mas gamberros, que campaban haciendo travesuras, osaban faltar el respeto abiertamente a un anciano

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Abuelas de Restábal o Restábeñas, izd. Josefa, Manuela y Pepa
Abuelas de Restábal o Restábeñas, izd. Josefa, Manuela y Pepa

Ellas y ellos nunca faltaron al deber, al sacrificio, a la entrega por los suyos, al trabajo bien hecho y merecido. Los llamaban y los llamábamos de usted, sin saber que ese tratamiento implicaba un mérito ganado con sudor, con arrojo, por inercia cultural tratábamos de usted a nuestros mayores, pero sin ser conscientes de los galones que se habían ganado a fuerza de darse sin reservas, sin esperar casi nada a cambio, como guerreras y guerreros ejemplares procedentes de una estirpe humilde y anónima, que conformó también el curso de la historia de nuestros pueblos.

El respeto a los mayores estaba entre las normas emanadas de la costumbre, que no hacía falta explicarlas en exceso. Ni los muchachos mas gamberros, que campaban haciendo travesuras, osaban faltar el respeto abiertamente a un anciano ( cosa distinta era que lo hiciesen en petit comité, todo hay que decirlo), si acaso, todo lo más, hacían alguna burla o chiste por lo bajito, tal vez alguna mofa, dirigida a un viejo borrachín que pasaba por la calle hablando solo, o desentonando antiguas canciones de mili, o romances populares, pero siempre con el freno echado, y conscientes del rapapolvo que se les venía encima si llegaba cualquier queja al oído de sus progenitores. Con suma frecuencia lo mayores nos mandaban a hacer recados y nunca fuimos capaces de negarnos. Veloces y endiablados corríamos a hacer cualquier mandado sin rechistar. De repente una mujer que pasaba por la calle, te mandaba a su casa a recoger “ el pañuelo de morrión” (eterna prenda femenina que cubrió cabezas y descansó en cuellos de tantas generaciones de mujeres de El Valle de Lecrín) y que había quedado olvidado colgado en una silla en la entrada de su casa, o la soga que el vecino se había dejado colgada en la puerta del corral y que en su salida apresurada reconduciendo al ganado dejó olvidada, y sin dilación ni preguntas de por medio salíamos disparados, acompañados de la pandilla, cogiendo esquinas sin mirar, sorteando algún perro suelto, saltando hoyos de las calles y esquivando algún abuelo de paso lento. En tiempo récord estabas de vuelta con el encargo, y, casi sin tomar tierra, se lo dabas en mano con un escueto: “tome usted”, al tiempo que seguías el vuelo hacia tus juegos infantiles.


Allá por los ochenta, los chavales de la ciudad, ya muy modernos ellos, cuando aterrizaban en los pueblos para pasar sus vacaciones, se sorprendían al oír a la mayoría de los vecinos tratar de “usted” a nuestros padres y abuelos, y mostraban una disimulada sonrisa, sin ocultar un cierto tono de superioridad. Luego nos preguntaban , aparte, el porqué de ese tratamiento a los mayores, a lo que nosotros, descolocados, no sabíamos realmente qué responder, pues para nosotros, ellos los altaneros visitantes llegados del asfalto, estaban siempre a la vanguardia de las cosas, y nuestra actitud era tendente a imitarlos, sin más, aceptando como válida cualquier mercancía de procedencia urbana.
Por todas partes escuchábamos el usted respetuoso, ante cualquier cumplido o saludo: “ va usted para el campo”, “vaya usted con dios”, “ y usted que lo vea”…

Especialmente chocante resultaba el trato dado por las hijas a sus ancianos padres, cuidados por ellas mismas. Resultaba curioso observar el contraste, por ejemplo, cuando combinaban alguna regañina, como quien se dirige a un niño, con el tratamiento de usted, como quien se dirige a un padre: “quiere usted dejar de rebuscar ya, y no darle más vueltas a la cabeza”( casi siempre era en actitud pesimista). Entre el “tú” y el “usted”, normalmente mediaba una generación, pero no siempre era así, como veremos en algunos casos verdaderamente llamativos. Los “mozos viejos”, aquellos eternos solterones de mirada retraída y cigarro adosado a la mano, eran relegados al “tuteo” hasta muy avanzada edad, aún incluso por nosotros, los más pequeños, y sobre todo por los indomables muchachos mayores. Es como si la soltería, a estos ancianos mozos, les otorgara un irónico elixir de juventud, a pesar de las arrugas bien marcadas que, en cambio, para nada respetaban el celibato rural. Era una soltería a la que, en muchos casos, no llegaban por vocación, sino más bien por su espíritu apocado y temeroso para enfrentar las artes del galanteo, donde ni el vino más peleón de la taberna consiguió redimirlos de su cortedad. Y así, de esta forma, se quedaron con el tuteo de unos y otros, hasta que un día “doblaban el labio” para siempre, dejándole en herencia a una hermana, o sobrina, que los había cuidado hasta alcanzar la gloria, una casilla, junto algún bancal o finquilla, los aperos de labranza y algún viejo burro o mulo desgastados y con mirada muertecina que esperaban igualmente su final. Las personas con alguna deficiencia mental, también estaban condenadas al tuteo, independientemente de su edad. Eran tratadas de tú por los chicos y mayores, aunque quizá el tuteo no fuese el mayor menoscabo al que se viesen abocados, pues había otros peores que no son materia de este texto. Podíamos ver, por ejemplo, cualquier tarde soleada de invierno en cualquiera de estos pueblos, a algún pobre deficiente, sentado en un poyo al sol, con postura inmóvil y mirada hacia ninguna parte, al tiempo que unos y otros pasaban por su lado, brindándole saludos de lo mas variado: a veces cariñosos y a veces un tanto guasones, en una rueda de frasecillas pueblerinas aprendidas, usadas a modo de comodín: “ que bien estás ahí al sol!” – “ siii, mu bien”…

El tratamiento de “don y doña”, normalmente llevaba aparejado el tratamiento de usted, independientemente de la soltería. Así pues, maestros y maestras, médicos, curas… y demás gente de carrera, gozaban siempre del privilegio del “usted”, por joven que fuera! Las mujeres y hombres recién casados mantenían el estatus juvenil por pocos años. En la medida en que iban llegando hijos al mundo, ellos iban adquiriendo el nuevo tratamiento de personas mayores de cara a la población menuda, a la par que las patas de gallo, y el rostro curtido por el sol de los campos, les dejaban la huella que les servía de garantía para su nueva condición de adultos.

Un buen día, los mozuelos “urbano-rurales”, a caballo entre el semáforo y el burro, henchidos de modernidad, decidimos cambiar el “usted” por el “tú” a todo quisqui, y las primeras víctimas fueron, cómo no, nuestros propios padres en unos casos y abuelos en otros, que apenas se enteraron, pues lo hicimos con nocturnidad, en un timo verbal perfectamente dosificado. Fuimos alternando ambas formas, para que no se notase mucho: a veces los tratábamos de usted, y otras de de tú, y en la medida en que fueron bajando la guardia, se quedaron en el tú ya para siempre. A los que no fue fácil cambiarles el tratamiento fue a los abuelos, que aún se resistían, con esa ancestral manera de concebir el respeto jerárquico por edades, tal y como ellos lo vivieron, lanzando alguna que otra protesta en defensa propia. Pero al final, con la poca energía del que se sabe ya vencido por los años, también fueron claudicando, derrotados, en parte, por el vertiginoso y moderno estado de cosas que se les venía encima, sin apenas tiempo para digerirlo. Fue ese mismo y moderno estado de cosas que un buen día les cambió el reloj de bolsillo por un Casio digital importado de Japón y que se vendían a cientos en el Comercial Ceuta en Granada. Y así fueron aceptando el tuteo, como fueron aceptando el resto de cosas, alternando una sonrisa con una mueca de resignación. Fueron, y son, nuestros mayores, sí, nuestros abuelos y padres, nuestros héroes de un pasado olvidado… de antiguas estancias con olor a zotal, de escobas de “rama y escobones” en la puerta, de “aparejos” en las entradas, de espuertas de aceituna y naranjas “al anca”, de ir a la fuente a llenar cantaros y pipotes, y de bocas desdentadas prestas siempre a la sonrisa.

Fueron las últimas generaciones “del usted”, las últimas GENERACIONES CON MAYÚSCULAS, a las que nunca pagaremos en justicia. Se merecían, y se merecerán por siempre, esta atención y cariños que algunas veces les racaneamos, y ese reconocimiento, en fin, de que todo lo mucho o poco que somos se lo debemos. Cuidemos sin reserva a esos pocos supervivientes del naufragio que aún nos quedan por aquí, orgullo para las presentes generaciones del Valle de Lecrín.

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