Leyendo la noticia de nuestra subdirectora Delia Molina, “San Blas sale de Dúrcal para ser restaurado” ha despertado mi curiosidad del porqué un Santo Armenio del siglo III, es el patrón al que tiene tanta devoción este pueblo de nuestra comarca.
Curioseando, descubro que es un santo muy popular en todo el mundo. Pues esta misma devoción es sentida en más de cien pueblos y algunas capitales de nuestra península, así como en lugares tan distantes como Roma, con más de 35 iglesias en su honor, la República de Paraguay, varias localidades de México, Colombia, Costa Rica, o Dubrovnik (Croacia) en cuya bandera aparece su imagen, y como no, en la Iglesia Apostólica de su patria, Armenia.
La vida de San Blas transcurre en Sebaste (Armenia), donde ejerce como médico hasta que fallece el obispo de la localidad y deciden que sea él quien debe sustituirlo. Se ordena presbítero y más tarde es nombrado obispo, como por entonces ya había decidido llevar vida de eremita, aun siendo obispo sigue utilizando su cueva para el retiro y la oración. Conocido por curar tanto a las personas como a los animales, llamaba la atención que estos últimos, no le molestaban nunca en la cueva durante su tiempo de oración. De hecho, cuando le detuvieron en la misma, la entrada de la cueva estaba flanqueada por todo tipo de animales que le protegían.
Tras detenerle intentaron hacerle renegar de su fe sin éxito. A su paso por la prisión, curó a varios reos y entonces el gobernador ordenó matarle arrojándole a un lago, pero Blas de pie sobre el agua (al igual que Jesús), invitó a sus perseguidores a hacer lo mismo y así demostrar el poder de los dioses en los que creían sus carceleros, pero todos se ahogaron. Al volver a tierra fue colgado de un poste, le torturaron haciéndole laceraciones con rastrillos, para finalmente ser decapitado. Estas actas, escritas en griego, carecen de consistencia histórica, pero fueron muy populares a partir de la alta Edad Media, llegando tanto a Oriente como a Occidente por diversas traducciones latinas.
En Dúrcal no se tiene constancia del origen de esta advocación, pero podría atribuirse aproximadamente al S. XVI debido a la devoción que profesaba Don Juan de Austria por San Blas, visitante de la zona por esta época, que pudo transmitir el fervor a los hombres de nuestros pueblos que iba reclutando como soldados para sus tropas, en el avance hacia las Alpujarras. Pero sin duda, lo que ayudó a consolidar la devoción de los durqueños serían las calamidades que afectaron a la población, como la peste o el terremoto del S XIX.
Se celebra su onomástica el 3 de febrero, y tiene el honor de ser uno de los catorce santos auxiliadores de la iglesia católica, a estos se les invoca cuando tenemos alguna dolencia para que nos la cure, como a San Acacio para el dolor de cabeza, Santa Bárbara cuando tenemos fiebre… También en la iglesia ortodoxa, que asigna su santificación el 11 de febrero, lo incluye entre los santos anágiros, que son aquellos santos católicos que ayudan sin aceptar el pago por sus buenas obras, como San Damián y San Cosme, dos médicos gemelos que curaban de forma benévola sin cobrar.
A San Blas se le considera patrón de los otorrinolaringólogos, pues dicen que salvó a un niño que tenía una espina de pescado clavada en la garganta, por esto un grupo de durqueños preparan lazos rojos un tiempo antes de la onomástica, los llevan a la ermita para colocarlos sobre el santo, donde permanecen la semana antes de ser trasladado a la iglesia, repartiéndolos entre los devotos, que se los ciñen al cuello para que les proteja de los males de garganta durante el año. El santo es bajado en procesión la víspera hasta la iglesia, donde permanece tras la celebración de su fiesta, hasta el día de San José que regresa de nuevo a su lugar preferente en la ermita.
La ermita se cree que data de finales del S.XV y principios del XVI, tras la reconquista cristiana. Aunque, sí nos fijamos en su ubicación, posición elevada, dominando el camino Real, también pudo ser en su origen una rábita, como otras muchas ermitas de nuestra comarca. Esto lo podría avalar el hallazgo de Doña Trinidad la ermitaña, que descubrió una cerámica que fijaba la finalización de esta en 1448. La edificación que podemos visitar hoy fue construida a finales del S. XVIII, consta de una sola nave con bóveda y una cúpula de media naranja con lucernario.
Tradicionalmente, las ermitas se edificaban impulsadas por la religiosidad popular, algunas como la de san Blas, llevan adosado un espacio para que viviera el ermitaño/a, (persona encargada de su mantenimiento) este oficio se solía simultanear con el de capellán o sostenimiento de otras ermitas del entorno. Un ejemplo lo tenemos en el ermitaño de San Blas de 1778, Manuel López, que junto a su ermita tenía a su cargo otras del Valle y el Temple. Este oficio sigue vivo en Dúrcal, gracias a Vicente Urquízar, que irradia su fervor por su Patrón y su ermita, y así me lo transmitió durante mi visita. Aunque no pude saludar y rezar ante su anfitrión, que se encontraba ausente por restauración. Causa por la que estos días le sustituye, en lugar preferente, la Virgen de Fátima, magníficamente escoltada por varias imágenes de escuelas granadinas como San Expedito, San José, el Sagrado Corazón de Jesús, La Virgen Inmaculada y San Isidro Labrador, al que sacan el 15 de mayo para la romería.
Es una acogedora ermita con una magnífica iluminación y denota un esmerado cuidado por parte de su ermitaño, encontramos su entrada en la cara opuesta a la calle principal, ya que está orientada al camino Real, como todas las atalayas vigías. Sus tejados hacen un vistoso juego de niveles, coronados por un penacho lucernario que ilumina su cúpula, junto a sus paredes encaladas y esa majestuosa reja que la envuelve da una imagen impactante al transeúnte que se detiene a observarla. Con sus jardines perimetrales, destaca una cruz de piedra, que aunque más reciente, es similar a la que hay situada en el Darrón, que según cuentan durante unas riadas, desvió las aguas procedentes del barranco de Porras, salvando a la población de ser inundada. Hay constancia que a principios del siglo XX, el edificio fue utilizado como hospital en una epidemia de Tifus que afectó a la zona.
Aunque su ubicación inicial se encontraba en las afueras, hoy está integrada en el pueblo y sirve de referencia a muchos durqueños, que con la forma de hablar tan característica de nuestra comarca, te indican la dirección de algún lugar o establecimiento, nombrando la ermita acompañándose de las palabras, enfrentíco o una mijílla más arriba.
Según el ermitaño, sus devotos le atribuyen algunas actuaciones milagrosas, de las que destacaré dos que me parecen curiosas. Cuentan que a principios del siglo XX, cuando la carretera discurría por los pueblos, un viejo camión que procedía de Lanjarón, tras subir las cuestas que tenía que superar hasta coronar la subida del Torrente, y desembocar en la entrada del pueblo, se calentó y comenzó a arder. Cuando el conductor atribulado consiguió bajar, se sorprendió al descubrir que ya había un hombre lanzando cubos de agua al camión ardiendo, consiguiendo sofocarlo. Al continuar hacia el pueblo, a su paso por la ermita, descubre que el santo tenía la misma cara que el bombero misterioso, por lo que desde entonces, no faltó ni un día para acompañar con fervor la tradicional bajada del santo a la iglesia de la Inmaculada. Actos que no se pierden muchos paisanos suyos. El otro relato que me sorprendió, fue el acontecido durante la estancia de su imagen en la iglesia principal de Dúrcal, en el periodo que permanece desde el 2 de febrero hasta el 19 de marzo, día de San José. Cuando al entrar unos amigos de lo ajeno a dicha iglesia, San Blas actuó como celoso vigilante de su morada provisional, invitándoles a salir forzosamente a golpe de voluta (nombre que recibe su báculo o cayado).