“Cuando llega el viernes y oyes un tambor se te ponen los pelos de punta”, asegura Jorge Ignacio Aguado, presidente de la asociación que integra a los Mosqueteros del Santísimo de Béznar, en referencia al día antes del comienzo de las fiestas ¿Cómo explicar una tradición de más de 400 años que pasa de padres a hijos y en la que la mayoría de la localidad forma parte? Puede que el disparo atronador de un mosquete lo diga todo. El ruido, la pólvora, el fuego, la luz… en el ADN del beznero está también el código genético del mosquetero, el mismo que cada año repite una liturgia presente desde finales del siglo XVI, con funcionamiento militar, sentido religioso y “un profundo sentido de la responsabilidad”, tal y como relata Juan José Gijón, miembro de la asociación y mosquetero, “porque es algo que uno ha vivido desde pequeño”.
Una tradición a la que cada año se suman nuevos integrantes, niños dispuestos a seguir los pasos de sus padres y con el objetivo de disparar el mosquete y proteger al Santísimo. “Uno o dos mosquetes salen nuevos cada año, los jóvenes que cumplen la edad reglamentaria y se sacan su permiso”, dice Jorge Ignacio. Así, siempre hay un relevo, y a primeros de septiembre y en enero se puede ver a medio centenar de mosqueteros de todas las edades en perfecta armonía. A pesar de la dificultad de la burocracia que siempre acarrea celebrar un acto de este tipo y la normativa para un arma tan singular como mosquete, desde que la fiesta fue declarada Bien de Interés Cultural en 2019 todo ha sido más fácil para la asociación. “Porque estas fiestas no son solo para irte de parranda. Tienes un cometido, vestirte con tu traje, hacer el recorrido. Son dos días que vives para eso. Las madres y las mujeres que arreglan los trajes y dan los últimos toques… estás tomando algo en la verbena y estás pensando en que te tienes que levantar temprano. Eso siendo mosquetero lo vives”, relata José Francisco Ríos, vocal de la asociación y mosquetero. Dos días en los que se incluye diana militar, revista de tropas, desfiles, acompañamiento a la procesión y el revoloteo de la bandera. Un espectáculo único al que se une gente de fuera, como un gaditano que descubrió Béznar gracias a que su mujer es de aquí y ya es un mosquetero como los autóctonos.
El colorido de sus trajes también se puede ver en otras ocasiones, como en las fiestas de San Antón en enero, Expolecrín, o en la feria de la provincia que se hace en Fermasa. Un esfuerzo ímprobo de todos aquellos que, aunque disfrutan de la fiesta, invierten una gran cantidad de esfuerzo y tiempo para que los Mosqueteros sean una fiesta de referencia a nivel provincial y andaluz. Una tradición que no hay que explicar en casa, porque a los niños les falta tiempo para querer ser mosquetero, pero que debe ser cuidada para que siga perdurando. “Por eso invitamos a todo el mundo a que venga a ver nuestra fiesta, para que se den cuenta de su particularidad”, asegura el presidente de la asociación, porque a los Mosqueteros hay que verlos, no te lo pueden contar.
Aunque contarlo quieren, por ejemplo, con la construcción de un museo en Béznar en el que se contara la historia de los Mosqueteros del Santísimo y donde se pudieran ver imágenes antiguas de los mosquetes, los trajes, el sentimiento que refleja cada gesto. Porque “esta fiesta te deja sin palabras”, como admite Juan José Gijón. Un silencio que rompe el sonido de un mosquete que anuncia los días grandes de Béznar.