Pasear por las calles de Chite ya es algo que despierta nuestros sentidos, pero si visitamos las obras de los artistas que han participado este año en la Residencia José Guerrero, ese paseo se convierte en un auténtico disfrute. Ernesto Crespo y Johan Valencia son los dos artistas que este año han podido disfrutar de la estancia en Chite, o lo que es lo mismo, quince días en lo que fundirse con el Valle de Lecrín e intentar captar una parte de su esencia para transformarla en una obra de arte, y lo han conseguido.
Eso sí, con total libertad. Porque en esta Residencia, en la que colaboran el Ayuntamiento de Lecrín, la Diputación de Granada y la Universidad de Granada, no hay una temática concreta ni una disciplina a la que acogerse. Aunque lo que casi siempre permanece es Chite, este pueblo donde el pequeño José Guerrero jugaba en casa de sus abuelos, antes de convertirse en uno de los más destacados representantes del expresionismo abstracto.
Chite es donde se pudo ver, el pasado día 16, lo que Ernesto Crespo y Johan Valencia, artistas internacionales, habían preparado como fruto de su experiencia en la Residencia José Guerrero. Y precisamente el público pudo disfrutar de dos experiencias inmersivas de los dos artistas.
Johan Valencia quiso reunir a los vecinos y espectadores en la iglesia de la localidad, donde expuso su obra. Un juego de luces y sonido, una traducción de lo que es común para los habitantes, otra forma de contar la realidad. «La pieza se llama Voces ocultas del Valle de Lecrín. Se trata de una caminata por la zona, recogiendo todos los sistemas naturales del Valle de Lecrín, se grabaron los sonidos y se creó una base de datos, y esos sonidos se transformaron en una vibración, en longitudes de onda», explica Valencia. El artista expuso ante los asistentes su obra, una intervención de unos 30 minutos en la que también estaba presente un nido de ramas de un limonero donde se unían las grabaciones de los sonidos del agua y la base de datos se había transformado en longitudes de onda que hacían vibrar el agua. Un ejercicio en el que apreciar Chite y el Valle de Lecrín de una forma bien distinta a la que estamos habituados, con el que este artista consiguió «volver visible lo invisible. El punto clave de la obra es que en el arte contemporáneo estamos mediados por los algoritmos. Lo que que quería hacer es ir a los sistemas naturales, tomar una base de datos, datificar la naturaleza y transformarlos en algo visible que es la vibración del agua. Más que nada es un ejercicio de traducción», subraya Johan Valencia.



La iglesia también es el punto de partida de la obra de Ernesto Crespo. Una pintura descompuesta en varios espacios y ubicada en la calle, para que todos los vecinos pudieran interactuar con ella. Una manera más de «democratizar el arte», como explicó el propio artista, ya que esta obra está pensada para el pueblo de Chite, como un proyecto medioambiental que interactuara con este espacio». El punto de partida para pintar esta obra fue el campanario de la iglesia, con una visión que no todo el mundo tiene del pueblo. De aquí surgió un ejercicio tridimensional, o como argumenta Ernesto Crespo, «el proyecto Coordenadas, porque en los primeros cinco días pensé en porque no coger una sola vista y descomponerla. Y surgió esto. He estudiado mucho la literatura, el cine y la escenografía, y de algún modo son herramientas que enriquecen esa visión plástica. Trato de siempre de diferenciar de ver y observar. Entender porque pasan las cosas. Esto me ayudó a ver como la naturaleza empieza a dialogar en plano, en el entorno».



Dos ejercicios artísticos realizados con plena libertad, que puede disfrutarse gracias al empeño de las instituciones y el trabajo decidido de sus dos directoras, Pilar Soto y Ana García. Para Pilar Soto, «la sexta edición ha alcanzado un nivel muy alto sin desmerecer a las demás, y siempre dando las gracias a Paco Baena y Belén Mazuecos. Fruto de este equipo de trabajo está surgiendo este trabajo, y quiero agradecer también a Pedro Titos y a Marina Flores su esfuerzo, a la Diputación de Granada y a la Universidad de Granada. En esta edición hemos visto como Ernesto Crespo y Johan Valencia han conectado con la identidad de Chite, con el pueblo, a un nivel excepcional».
De este pueblo se llevan esta experiencia, dejando también un poso artístico, un ejercicio de enseñar a los vecinos expresiones artísticas de alto nivel. «El pueblo de Chite siempre está muy implicado con los artistas, hablan mucho con ellos, intervienen en sus procesos, muchos artistas han modificado sus obras teniendo en cuenta lo que le dicen los vecinos, y por eso es muy interesante», admite Pilar Soto.
Todo esto, en un espacio de libertad, como se tiene que vivir el proceso de creación. Ana García explica que la Residencia se entiende como «un homenaje, nunca hemos querido que fuera una copia o una versión de lo que José Guerrero hacía. Hemos querido poner a los artistas en el contexto de lo que José Guerrero vivía, cómo el espacio, la gente y el paisaje influyó en él. Nosotros queremos poner en la misma situación a los artistas que vienen de aquí y de allá. Hemos internacionalizado la Residencia y es aún más emocionante. Artistas que vienen de un contexto muy distintos, y colocarlos en en este contexto nos parece precioso, porque además ellos han decidido sacar a la calle sus obras y socializar mucho sus propuestas, haciendo partícipes a las personas de aquí».
Y Chite responde siempre, porque son muchos los vecinos que cada año quieren ver el resultado de la Residencia, acercándose a las obras, haciendo participativo el arte, acercando así la cultura a cada calle del pueblo. Todo, para que la obra y la figura de José Guerrero también sea más conocida por los vecinos de Lecrín y de la comarca. Porque seguro que los colores de Chite viajaron siempre en la retina y en las manos de José Guerrero.