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«Buenos días tristeza»

Una novela introspectiva, dinámica y terriblemente honesta, el regreso a una adolescencia marcada por el conflicto interior entre atracción y rechazo

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“Buenos días, tristeza” (1954) dio el pistoletazo de salida a la trayectoria literaria —y comercial— de Françoise Sagan. Su primera novela, el primer destello que eclipsaría el resto de su obra.

Este libro encajó muy bien en la sociedad francesa de los años 50, una época en la que convivieron todo tipo de tendencias literarias, desde los estilos de corte más clásico —como es el caso de la novela que nos ocupa—, hasta las obras más experimentales y rompedoras (“La consagración de la primavera”, de Claude Simon).

Los versos de “La vida inmediata” de Paul Éluard abren el discurso de Cécile, una narradora protagonista que nos cuenta en primera persona un determinado momento de su adolescencia. Su memoria constituye su herramienta fundamental para mirarse en el espejo del pasado y compartir con el lector uno de sus veranos más significativos. El verano en el que quedó claro que no existen los triángulos en el amor, ya que la fórmula implantada por su padre y ella es la única válida. El tercer lado, representado por Anne Larson queda anulado. Anne Larson representa lo racional y la necesidad de estructuración. Pero el libertinaje y el hedonismo en el han convertido su vida tanto Cécile como su padre Raymond, no permite la entrada de ese elemento disruptivo organizador.

Con un estilo sobrio e ingenioso, Sagan nos regala un personaje frívolo y aparentemente superficial que nos introduce en su microcosmos a través de una introspección transparente a la par que contundente. Cécile se debate en su interior sumida por el dualismo humano en su vertiente narcisista. El eco de Dorian Gray late en el eterno verano por el que lucha Cécile. La juventud, la seducción, la libertad y la inmediatez del deseo y el gozo son los únicos medios aceptables para combatir el hastío cotidiano, aunque esto suponga darle la bienvenida a la tristeza. Un imprescindible, ideal para leer en verano y con muchas capas para bucear en él. Un discurso “desde la melancólica impotencia de un destino que pudo haber sido y no fue” (Mª Luisa Guerrero)

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