Según Lorenzo L. Padilla Mellado, autor del libro “Arquitectura defensiva del Valle de Lecrín”, haciendo referencia a los hábices (bienes de las mezquitas que se asignaron en la Reconquista a las distintas iglesias) de nuestro valle, nos dice que el nombre de Cónchar viene del topónimo árabe Qunya, o en helenismo latino Conça, por su parecido a una concha marina sostenida entre las montañas, respondiendo a las condiciones topográficas de la localidad, como menciona el título de este.
No hay suficientes datos que determinen el origen de muchos de los asentamientos descubiertos en su territorio, pero se presupone que son de época romana. Sin duda, sí se puede asegurar que su historia, se engloba en la del resto de lugares de la comarca del Valle de Lecrín.
Su economía siempre ha estado ligada a la agricultura, especialmente al olivo, frutales, cítricos, viñedos y cultivos herbáceos, con escasas explotaciones de actividades ganaderas.
A finales del siglo XIX Pascual Madoz describe este pueblo como un lugar rodeado de cerros, formado por una trama de calles estrechas, sinuosas e irregulares, que para comunicarse con los pueblos cercanos, solo disponía de caminos de herradura. Destacando junto con la agricultura de forma muy especial una industria peculiar en esa época, el laboreo del esparto en forma de pleita, sogas y afelpados de colores. Incluyendo en su descripción, la presencia de un molino harinero con dos piedras impulsadas por agua y otro de aceite de una viga arábiga que ha de ser movida por una bestia.
Actualmente, a la izquierda de la carretera que nos lleva al pueblo, a una altura de unos 800 metros, encontramos una atalaya de época árabe, similar a otras que hay en distintos puntos de la provincia. Una construcción cilíndrica de piedras unidas con argamasa y enfoscado de cal en algunas de sus caras, alcanzando unos siete metros de altura.
Su planta circular no tiene entrada, lo que hace suponer que como muchas de estas construcciones, se utilizaba escala para poder acceder a su interior, y una vez dentro la retiraban para impedir el acceso del enemigo, evitando ser sorprendidos los atalayeros que vigilaban. Estas torres formaban parte del sistema de vigilancia, que dominaba una gran zona del valle del río Dúrcal, manteniendo contacto visual con las torres de Dúrcal, Mahina y el Peñón del Moro, junto con la del Marchal ubicada en Saleres.
Sin embargo, para Matilde Rubio Prats y José Luis de los Reyes, en sus Prospecciones arqueológicas medievales, presentadas en el primer congreso de Arquitectura Medieval Española, datan las atalayas de Lecrín más tarde, pues las sitúan a principios de la conquista cristiana, cuando se instala un sistema de vigilancia tanto en la costa como en los caminos que discurren desde el litoral a la capital.
En esta arquería existió una rábita llamada de “Abdarrof”, localizada en el barrio del mismo nombre, que en la descripción de los bienes hábices la sitúan junto a la casa que llaman de Hagan y el horno que da servicio al pueblo. La Iglesia ocuparía el lugar de la Mezquita o el solar de una antigua rábita. En 1501 el Arzobispo de Sevilla, cuando asigna los bienes hábices a las iglesias de Granada, la de Cónchar la adscribe a la parroquia del Padul. Más tarde, en torno a 1587, la parroquia se hace con una pila bautismal, pasando a constituir un curato formado por Cónchar, y Cozvíjar como anejo.
En la rebelión morisca de 1568 es saqueada la iglesia, raptando a su beneficiado Juan Félix de Quirós, para llevarle como prisionero a la cárcel de Poqueira, donde junto a otros cristianos y al beneficiado del propio pueblo de Poqueira serían ajusticiados. En 1610 Ambrosio de Vico, trazará una nueva iglesia, formada por una sola nave, en la que no queda diferenciada la capilla mayor. Bendecida bajo la advocación de San Pedro, aunque el patrón que se celebra en sus fiestas es San Roque.
Dicha iglesia, construida en ladrillo y mampostería, fue levantada por Antonio Bermúdez como albañil y Alonso López, como carpintero, alargándose su obra cuatro años. En 1809, Francisco de Villanueva realiza el tabernáculo y los retablos laterales en un estilo neoclásico. Añadiéndose de manera posterior el coro sobre vigas de madera con zapatas. Su última modificación fue el reemplazo de su artesonado.
En el término de Cónchar, destaca la cultura del agua, pudiendo encontrarse un tramo de acequia de reminiscencia romana, conocida como “Los Arcos de Cónchar”, que toman sus aguas del río Dúrcal. Esta, se encuentra en los llamados “Peñones Negros”, próximos al Castillo de Lojuela de Murchas, y muy cerca del límite municipal con Melegís, permitiendo así el riego de la vega de este último, a cuya comunidad de regantes corresponde su mantenimiento.
Algunos de estos arcos de procedencia romana, se han deteriorado con el paso del tiempo, siendo sustituidos sus materiales de origen por bloques de arena y cemento, para que puedan continuar ejerciendo su función. Otra construcción destinada para el traslado del agua es un acueducto que iniciaba su andadura en la laguna del Padul para dar riego a las tierras del Señorío de Nevada, pago que hasta entonces se regaba con las aguas de un pozo que había en la propiedad. Pero en la pertinaz sequía de los años cuarenta, el pozo dejó de dar agua, y los terratenientes iniciaron esta obra para dar solución al problema, pero fue un fracaso. De dicho acueducto quedan dos tramos que aún permanecen erguidos, uno dentro del recinto actual del Señorío y próximo al pozo, y el otro lo podemos contemplar junto a la carretera de Cónchar, en el límite del término municipal de Cozvíjar.
En Cónchar también permanece una de las tradiciones más antiguas de nuestro valle, pues se crea en el siglo XVI y llega hasta nuestros días, manteniendo intactas la mayoría de sus obligaciones, se trata de la Hermandad de las Ánimas Benditas, hoy tiene su sede en el entresuelo de la plaza de la iglesia. Su esencia primitiva era mantener la integración humana, la tradición y la cultura, siendo obligaciones inexcusables de la Hermandad:
El cuidado y mantenimiento del cementerio.
Poner luminarias a sus hermanos mientras estaban de cuerpo presente.
Antiguamente, prestaban el ataúd para el entierro, al cofrade que no tenía posibles.
Ofrecer misas por las ánimas benditas.
Y hasta finales del siglo XX, tenía entre otras obligaciones encargarse de las fiestas de San Roque, de la música que acompañaba la misa y la procesión del patrón, costeando el castillo de fuegos. Así como hacerse cargo de los cohetes en otras festividades importantes. Hoy, sus Mayordomos prestan apoyo en las actividades del pueblo y ayudan a las asociaciones locales, organizando el remojón de naranja y vendiendo cerámica en la fiesta del mosto.
En la historia de este entrañable pueblo quisiera destacar dos personajes. El más antiguo se remonta al siglo XIII, se trata de Ibn Ya´Far, que aunque nació en Al-Yit (El Chite) en 1269, más tarde se afincó en Cónchar, donde elige la vida asceta y mística. Estudiaría en Granada con ilustres maestros. Años después peregrina a la Meca, viviendo durante un tiempo en Siria y otros lugares de Oriente, acercándose a ascetas y místicos de la época.
Más tarde, ya como ilustre Shadhili (orden religiosa islámica) de ferviente piedad y alto saber, escribe la obra “El libro de las luces”, que versa sobre alocuciones y sobre los misterios, recopilando cartas dirigidas a numerosos maestros sufíes, algunas doctrinas de estos y del fundador del Shadhilismo. Es muy probable que su libro sea el más antiguo del que se tenga noticia, escrito por un autor del Valle de Lecrín. Ejerció como predicador en Cónchar, cuya fama le llevó a ser conocido como Al-Qunyi, que significa el de Cónchar. Allí murió y fue enterrado en 1349, a causa de la peste negra, epidemia que asoló el reino nazarí.
El segundo personaje al que quiero destacar, es más reciente y por desgracia nos dejó este año, cuando se marchaba la primavera de nuestro Valle . Se trata de Don Antonio José Ruiz Morales, quien durante bastante tiempo fue mayordomo de la Hermandad de Ánimas. Tuve la suerte de conocerle hace mucho tiempo, cuando nos encontrábamos en los pasillos del antiguo Hospital Clínico. Era un médico de vocación, pues siendo muy joven a pesar de poseer plaza de médico de cabecera en la provincia de Málaga, decidió hacer su MIR en el departamento de Patología General, para después dedicar toda su vida profesional a una medicina tan cercana como es la de atención primaria en el pueblo de Atarfe. Pero como conchúo incondicional, dedicó todo el tiempo que le permitían sus obligaciones a su Hermandad, implicándose en todas aquellas actividades que formaban parte de la vida de su pueblo, sin poner condiciones y ofreciendo su casa para todo lo que hiciera falta, siempre con la ayuda y el apoyo de su esposa Laura y de sus tres hijos. Algunos de los lectores seguro que han tenido el placer de conocerle, ya que le encantaba visitar los pueblos de nuestra comarca. El vacío que deja este entrañable conchúo en su familia, su pueblo y en cuantos le conocimos solo lo podemos rellenar hasta rebosar con el recuerdo de alguien que sin duda vivió para los demás. Espero que en una próxima visita a este rincón del Valle, pueda contemplar el nombre de este hijo de Cónchar en una de sus fachadas.
Gracias Nicolás por tu artículo.
Es un sencillo, sentido y a la vez gran homenaje a mi pueblo y a mi hermano. En unas líneas has logrado resaltar su bonhomía y el amor a su pueblo y sus gentes.
Nicolás: Suscríblo el agradecimiento y me adhiero a la afirmación de D.Manuel Ruiz Morales