Cementerios

Los cementerios del Valle de Lecrín son muy diferentes, cada uno relata en sus tumbas, de algún modo, la historia de su pueblo. En cada caso, velorios, funerales, cortejos fúnebres y formas de sepultura, están determinados por los ritos específicos establecidos por la liturgia, por lo que se ha venido haciendo y por los cánones de decoro y los estilos arquitectónicos vigentes

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El 1 de Noviembre se celebra en varias partes del mundo el Día de Todos los Santos, una fecha católica que busca rendir homenaje a todos los santos que han existido a lo largo de la historia e incluso aquellas almas que ya han pasado el purgatorio y se encuentran en el reino de los cielos. Una celebración que se remonta al año 731, cuando el Papa Gregorio III, consagró la Basílica de San Pedro a todos los santos y estableció la festividad el 1 de noviembre. Desde entonces hasta ahora esta festividad se ha regido por las disposiciones de las autoridades eclesiásticas que a lo largo de la historia han ido modificando y adaptando los rituales funerarios al desarrollo de las sociedades en la celebración de este día, hasta llegar a tal como lo conocemos hoy y celebramos en todos los pueblos del Valle de Lecrín, una jornada dedicada a recordar a los seres queridos que un día la muerte nos arrebató y retiró de este mundo. La tradición manda y en antes de esta fecha es importante la preparación de los cementerios, la limpieza del recinto y de los nichos, y el embellecimiento de las lápidas para recibir la ornamentación floral. El simbolismo que une al hombre con las flores es mucho más antiguo de lo que creemos, dado que la primera tumba a la que se llevaban flores está ubicada en Israel y data de hace más de 13.000 años, durante la edad de piedra. Para llevar a los cementerios compramos centros, ramos, coronas… que engalanan con el manto multicolor las tumbas, policromados de rosas, claveles, crisantemos, dan aroma y vida, y expresan la admiración y homenaje que muestran la pureza del alma del fallecido.


Los cementerios del Valle de Lecrín son muy diferentes, cada uno relata en sus tumbas, de algún modo, la historia de su pueblo. En cada caso, velorios, funerales, cortejos fúnebres y formas de sepultura, están determinados por los ritos específicos establecidos por la liturgia, por lo que se ha venido haciendo y por los cánones de decoro y los estilos arquitectónicos vigentes. Todos los años por estos días recorremos el cementerio leyendo nombres y fechas que el dolor dejó anclados en el mármol. Epitafios con el último adiós grabado con el cincel de la ausencia. Hay tumbas anónimas en el suelo con una cruz y una piedra blanqueada que casi nadie sabe a quienes pertenecen, fosas que suspiran por el olvido, tierra limpia y fresca que cada año renueva una cruz… Lápidas con nombres ilegibles que ya no tienen quienes vayan a cuidarlas. Por cada pueblo anduvieron todos trabajando, celebrando fiestas o sufriendo, que la vida ofrece de todo. Se llevaron en sus ojos el verde de las vegas, el dorado de las mieses y los colores del cielo. Permanecen en el corazón de los que quedan mientras vivan. Pero el tiempo los va alejando de los venideros hasta que se pierde su recuerdo en la neblina del pasado. Después nadie se acordará de quienes fueron, ni los muertos duran, ni la muerte permanece, todo vuelve a ser polvo y en los nichos que preservaron el entierro permanecerán los huesos dueños de su historia. Sus costumbres, los lugares que frecuentaban y las cosas que usaron dejaron un reguero de evocaciones. A esta hora llegaba, a tal hora se iba, ese era su sillón preferido… De la abuela quedaron en la mesilla el rosario que a diario rezaba y dedicaba al alma de los que la precedieron en su partida, las agujas del crochet y las gafas con los brazos cruzados para siempre, y el brasero recogido que cada mañana de invierno encendía y abrigaba. Del abuelo, quedó en el perchero el bastón y el sombrero. La vida está ahí, contenida y condensada en esos instantes que la memoria evoca. Es difícil dominar la emoción cuando la mirada va, con dócil sentimiento y embargada de pena a los sitios por donde anduvieron sus pisadas. El maullido del gato tras la puerta suena lastimoso añorando a quien siempre le echaba de comer. Un llanto el de los animales que los humanos a veces no entendemos. De los enterramientos más recientes, cuidadosamente mantenidos también se extinguirá su recuerdo cuando mueran sus hijos y sus nietos.

El tiempo dejará su huella en los nombres desteñidos de las lápidas y en las plantas silvestres que broten entre sus grietas. Sólo los toques de las campanas y la misa de primeros de noviembre recordarán su memoria. La muerte nos iguala a todos convirtiéndonos en polvo. Pero los vivos seguimos manteniendo diferencias entre nosotros. Hubo un tiempo en el que los más mayores que lean estas líneas recordarán donde había entierros de primera, de segunda y de tercera categoría, según la clase social. En unos se despedían al fallecido en la puerta de la iglesia, a otros los acompañaban hasta la última calle del pueblo. A por todos, sin embargo, iban el cortejo precedido por la cruz y el cura a recogerlos a sus casas. Ataúdes conocidos como “caja de la ánimas” que estaba a disposición de los más pobres solo para la celebración del rito funerario, después se guardaba hasta nuevo uso. Idas y venidas del Santo Viático visitando enfermos e impartiendo el sacramento. Tiempos donde las campanas con los dobles apenas espaciados hacían temblar al aire y caían como copos negros por todos los rincones de los pueblos, velatorios en las casas y lutos eternos. Hoy las diferencias en las despedidas siguen existiendo. A la vista están las pompas fúnebres de reyes, papas y personajes ilustres ¡Qué bien recomendados van! Estos homenajes mortuorios sirven de satisfacción y vanagloria a los deudos que se quedan, pues ensalzando las virtudes del que fallece se enaltecen ellos. Suntuosos panteones, esquelas con los méritos, títulos, cargos, profesiones, condecoraciones,, conseguidos por el finado de rimbombantes apellidos, unidos por guiones , conjunciones y preposiciones que dan lustre a los que no lo olvidan y que de nada sirven ya al que en vida las lució, permanecen en algunos de nuestros cementerios, donde se han consolidado algunos elementos de una calidad artística y arquitectónica valiosa. En la confusión de poderes civiles y religiosos, concordatos mediante, en los recintos de los cementerios no se permitía que recibieran sepultura herejes, suicidas… y pecadores manifiestos a los que no podían concederse exequias eclesiásticas sin escándalo de los fieles. Para estos difuntos se establecía en una zona determinada del cementerio, un recinto rodeado de una verja y con una puerta de acceso donde se enterraban. Afortunadamente esto último es historia, hoy el carácter civil de los cementerios acoge el reposo perpetuo de fallecidos, causas y religiones. Evolucionamos en todo y aunque hablar de la muerte siempre incomoda, no podemos obviar que la muerte tiene un precio, por lo que la inmensa mayoría de los mortales suelen tener el entierro asegurado con alguna compañía de seguros de decesos, que junto a la modernización de las empresas funerarias, la construcción de tanatorios y velatorios, resuelven y facilitan al fallecido y a la familia los trámites burocráticos y legales en nuestro último adiós. El pasado años estuvo marcado por el Covid-19, el de más pérdidas humanas de la historia reciente, y que ha afectado a todos los pueblos del Valle de Lecrín, hemos sentido la muerte de conocidos, familiares, amigos, donde la ausencia de duelo y de despedidas ha resentido el nivel emocional de todos nosotros en esta situación de excepcionalidad que ha sido terriblemente insoportable, triste y dura, donde la soledad se impuso con mano de hierro. Aunque los pueblos, sobre todo los más pequeños de esta Comarca se van vaciando cada año, los cementerios tienen calles nuevas para los que inexorablemente nos llegue la hora del traslado. Mientras tanto atesoremos la memoria de nuestros muertos, visitemos sus tumbas, huellas de ángeles, y transitemos por los cementerios en un paseo de luz, amor, recuerdos e inspiración.

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